El calor del café, ese calorcito que siente la mano al tomar la taza de figuras y colores retro, ese calor que se siente al bajar el líquido por el cuerpo, sentir donde los labios rozan con ese sabor, ese olor penetrable, ese calor...
El humo del incienso yendo en sentido contrario de la gravedad. Observar como sus formas cambian y como se une al aire, a mi oxígeno, esas fragancias exóticas.
Y mientras todo esto sucede, los árboles hablan entre ellos, algunas flores se quejan de la música del barrio. Yo sólo observo por la ventana a un ser que cayó en el zacate, olvidándose de sus problemas, cayó en un sueño profundo, parece olvidadizo, quiero darle agua y pan, hablar con él y quizás... invitarlo a una taza de café.
Mi planta es amiga del Sol y las hadas, es quizás las que le da vida a mi jardín.
Debo estudiar, es mi deber, pero este café, esto que me hace sentir y pensar... hace que este, este sea mi ratito.
Estoy enamorada, tanto de él como de la Tierra.
Hace unos días lo vi todo, no puedo explicarlo en palabras porque no existe vocabulario para esto.
Ahora llueve y el Sol está presente, los pájaron vuelan a sus nidos y yo estoy aquí, en mi cuarto, con mi café. El señor, el joven de afuera, se ha ido...
Yo debo vivir y dejar que mi Luna siga sabiendo por qué estoy aquí. Paz.
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