Hoy choqué con el cielo
y hubo un estruendo gigante,
se abrieron grietas desde otra dimensión
y comenzaron a caer viscosas gotas de colores,
parecía vómito galáctico,
pero el olor era a perfume de flores.
De la nada algo me tocó el hombro y escuché una voz quién sabe de dónde.
El fondo de la voz tenía una música tan bailable
que todos nos pusimos a danzar en medio de la plaza,
encima de las casas,
dentro de los carros, donde fuera;
unos a solas, otros con parejas
o en grandes grupos.
Al comenzar a reírme por la diversión que estaba pasando en esos momentos,
proyecciones de frutas pintaron las paredes de la ciudad,
de la nada, mi bosque de cemento se volvió
en un palacio de vegetales con colores vivos y alegres.
Y de repente me di cuenta que lo que importaba era estar viva en ese preciso momento,
vivir esas cosas tan bizarras y saludar al tiempo
como si fuera mi amigo y yo no su esclava.
Abrí los ojos al interior de mi corazón
y encontré viejas promesas que seguían en pie.
Me detuve un momento
y encendí fuego con mi mirada,
todos comenzamos a saltar
y aquello parecía un espectáculo,
claro, era el espectáculo de la vida, de ese momento.
La gente descubrió el sabor de aprovechar el tiempo,
y yo, ¿qué no aprendí?
Comencé a gritar, porque el saborear el aire
es evidencia de tener salud.
Buenos momentos de máximo ser.
No hubo que explicar qué sucedió ahí, sólo éramos, sólo fue.
Y así seremos, siempre.
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