Saltarines, bailarines y columpios llenos de melcocha azucarada,
no de algodón de azúcar.
El té de menta está protegido por el paladar extasiado del sabor
y color. No es un confite, ni tasa de té.
Arco iris de alas azules con letras de girasol gigantes.
El color de los búfalos de mármol escondidos en el desierto.
Vamos todos a nadar y sudar gotas de sal envueltas en
menta sagrada de zacate de limón.
La fuerza de la llamada y las letras del sabor,
es la música oscura y fuerte, demente,
que me hace recordar lo que es el amor.
Una mosca en una ensalada.
Acordeones, están en el fondo de una canción.
No es un nervio ni un guasón.
Altos elefantes azules que vuelan en el cielo
tienen sonrisa de delfín en el desierto cálido
del dragón dorado de la lava marino-volcánica.
Los colores no cambian y el tiempo no pasa, pero
el sonido se propaga y somos caricaturas.
Animaciones, dibujos pegados unos tras otros,
como el cine viejo.
Y el color de las uñas desconcentran
la mirada del escritor que no sabe.
Las ondas musicales son mezcladas con la intensidad
que entra y sale de nuestra visión.
Una estrella, un espejo, una cámara
y el fuego se alza en una enredadera en una pradera espiritual.
No hay pasteles, pero el nácar se contrae en ideas de frutas asesinas.
Parece una ballena en la máquina del tiempo.
Es como si el abdomen se me llenara de oro,
esas cosquillas que en la realidad son dolor,
pero no, para mí son salvación.
Hoy el fuego me llegó al corazón y el túnel
salió de mi pulmón llevándome en un tren
por la dimensión que desapareció.
Una semana más y voy a tener que esperar
que lea luego de comenzar el otro libro.
Es más difícil analizar bien la historia.
Esa es la que el final por el momento sólo es mental.
El ladrón... Se me laguneó.
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